(Contratapa del diario el observador)
Era hombre de soledad, mate, copas y fundamentalmente leer y escribir. Nadie lo desmiente
Es comprensible. Si en su devoción por el ajedrez su padre le pone por nombre el apellido de Karl Ernst Adolf, Anderssen, usted puede tranquilamente odiar al ajedrez el resto de su vida y sostener que se llama Juan. De eso me enteré en la presentación de las obras completas de (Juan) Anderssen Banchero, que en un esfuerzo por rescatar lo valioso ignorado y también desleído de la literatura nacional, sacó Irrupciones Grupo Editor: dos tomos con los cuentos completos y un tercero con sus dos novelas.
Un documental a medio terminar de Juan Carlos Rodríguez Castro recoge testimonios de Galeano con Banchero acerándosele con el aire de boxeador que fue y que a esa altura de su vida lo hacía parecer un matón que iba a pegarle, pero iba a felicitarlo. Qué otro tipo de anécdota podía aportar Galeano, ¿verdad? En cambio, Alicia Migdal habló de que Banchero era un tardío descubrimiento, y lo es. Banchero (1925-87) se dedicó a escribir y al alcohol, subvencionado por un empleo público. Hugo Cores dice, en el documental, que era hombre de soledad, mate, copas y fundamentalmente leer y escribir. Nadie lo desmiente; Quique Estrázulas dice más, dice que pudo haber sido parte del boom de la literatura latinoamericana: “no le hubiera gustado, pero podría haberlo sido”. Milton Fornaro le reconoce una virtud sustancial: que uno termina de leerlo y siente que falta completarlo. El lector es así parte de su obra.
En la presentación donde se exhibieron esos pocos minutos, se supo que su obra perduró porque su editor en vida era Heber Raviolo, de Banda Oriental, y la cosa era así: leía su material y antes de hacerle sus señalamientos, iba con el original a Copiplan, y en esa época sin fotocopiadora, el texto era un plano. Precaución necesaria, pues ante la menor crítica Banchero quemaría el cuento, o lo que fuera. El editor dejaba pasar un tiempo y sacando a relucir su plano literario, le preguntaba si no era ya momento de ocuparse del asunto. Presente cuando esto se contó, Raviolo dijo que la historia era imperfecta pero fundamentalmente cierta.
Es así que sus obras completas, las que superaron el fuego, suman 32 cuentos y dos novelas: Las orillas del mundo, que con ésta va por su sexta edición desde una primera en 1980, y Los regresos, que apareció como obra póstuma en 1989. Alicia Torres, que presentó estas obras completas, recordó lo mucho que la había conmovido en su momento leerlo, y recomendó leer ahora todo de corrido para recibir “el mazazo de sus historias y su lenguaje”. Son, dijo, las de un hombre impiadoso que no transa en la forma de hacer hablar sus personajes.
Muchos hablaron de la leyenda negra que se tejió con motivo del autor, el Montevideo sórdido, la lluvia que todo lo enloda, su carácter irascible. Pero será el tiempo transcurrido desde entonces: yo encuentro en sus textos la delicadeza que fue mencionada por varios pero también ternura. Y un lenguaje maravilloso, liviano, propio. Algo me hace recordar a “Lloverá siempre”, de Carlos Denis Molina (que clama por reedición), el autor que incitó a Juan Carlos Onetti a escribirle el único prólogo que hizo en su vida, para su segunda edición. De Onetti también se habló, tal vez en el esfuerzo de acercarle a Banchero. No es de dudar que Banchero tanto leyó a Onetti pero la exégesis de sus textos y la taxidermia de sus figuras pertenece a los críticos: para mí sólo es disfrutable leer a Banchero, y me escudo en mi ignorancia también en materia literaria para hacer de su lectura una aventura en la que procuro el mazazo prometido por Alicia Torres.
Creo que voy por buen camino. La leyenda negra me parece cada vez más una forma de la ternura y de la vida misma, y entiendo que nada esta desactualizado. Nos habla del hoy.
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