Al rescate de Anderssen Banchero
Obras completas de un escritor incómodo
Alicia Torres
Allá por 1939, en las flamantes páginas de Marcha, Juan Carlos Onetti exhortaba a la literatura uruguaya a mudar de aires. Bajo el seudónimo “Periquito el aguador” disparaba sus piedras al charco reclamando un lenguaje auténtico que reflejara la vida montevideana. También exigía el advenimiento de un nuevo escritor, “un tipo de artista que nadie ha querido imitar entre nosotros, que Europa ya tiene (…) y abunda Norteamérica. El escritor no hombre de letras, el anti-intelectual (…) Una voz que diga simplemente quiénes y qué somos, capaz de volver la espalda a un pasado artístico irremediablemente inútil”. Onetti, claro, estaba poniendo en circulación la necesidad de su propia obra –El pozo se publicaría pocos meses después– pero aprovechaba para alacranear a sus cofrades: “Montevideo no tendrá vida de veras hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué es (…) y qué gente la habita”.
Pero nuestros literatos rezagaron sus audacias. Aunque en 1933 Francisco Espínola había dado un primer paso con Sombras sobre la tierra, novela que apostaba a la temática urbana y asumía el lenguaje del bajo. “Todos venimos de Paco”, sintetizaría Mario Arregui.
Cuando Anderssen Banchero decidió ocupar el territorio a colonizar, entró sin miramientos. Había nacido en Montevideo en 1925 y arribado tardíamente a la literatura (su primer libro, Mientras amanece, es de 1963), por lo que Ángel Rama lo definió como un “reservista” de la Generación del 45, a la que pudo pertenecer por edad. Como sea, Banchero ingresó a las letras uruguayas para dar su versión de Montevideo y sus habitantes, deteniéndose, como ninguno, en los suburbios, “la franja más desgastada y más entristecida de nuestra realidad, la zona de los dramones silenciosos, las calles de barro, perros y basura (…) ese mundo de criaturas resignadas a la miseria y al dolor, que no tienen fuerza ni para contar su tragedia de arrabal”, señalaba por aquellos días Mercedes Ramírez, destacando el creativo rescate que hacía la literatura bancheriana de un micromundo que llega a ser universal.
Proyectos de escritura
Cuando Banchero estaba por cumplir 40 años –la edad de casi todos sus personajes varones– apareció su ópera prima Mientras amanece, un conjunto de relatos prologados por Heber Raviolo, quien publicó en la editorial Banda Oriental todos los cuentos y novelas de Banchero (y copió un buen número de textos sin consentimiento del autor, salvándolos del fuego). Con la misma amistad empecinada y lúcida con que Raviolo acompañó y catapultó a numerosos escritores uruguayos, apoyó a Banchero. Fue crítico, corrector, editor, y firmó el prólogo de cada uno de sus libros. Para el inaugural, Banchero escribió un texto autobiográfico que atiende al itinerario personal, transita la génesis de su obra y exhala un aire de época: “Mientras fui viviendo (repartí pan con canasto, trabajé en fábricas, cargué bolsas, jugué al fútbol) iba tomando nota de los ambientes, de los tipos, de eso tan superior a cualquier fantasía que es la vida, la realidad. Estoy siempre preocupado por ese propósito de llegar algún día a ser un escritor. En 1951 obtuve dos menciones en un concurso literario de la revista Asir y ellas me sirvieron para relacionarme con la gente de la redacción, durante mucho tiempo fui concurrente a aquellas reuniones en la calle Coquimbo. Sin embargo, no trabajaba en lo mío, casi no hacía nada, leía, nada más, nunca dejé de leer, pero la vida me seguía tentando, no me dejaba tiempo. En 1950 había ingresado en el Banco de Seguros, tenía cierta tranquilidad económica, nuevas amistades y dejaba siempre para el otro día el propósito de ponerme a escribir. Ahora vivo algo retirado, cerca del mar, como siempre lo quise, y en los ratos libres me dedico a la pesca. Frente al mar, esperando el pique, he pensado mucho, he repasado, replanteado situaciones, diálogos, frases. Se piensa bien en el mar, se piensa con un ritmo sereno, pausado, paciente.”
Leyenda negra
A la extrañeza de un nombre que evoca a escritores nórdicos (aunque el padre italiano lo eligió porque admiraba al célebre ajedrecista alemán Adolf Anderssen); a su opción por llevar una vida al margen del ambiente literario –excepto el vínculo con Asir–; a su autoexilio en una playa de Canelones, los años del Partido Comunista, el trato problemático con la bebida, su desprecio por las convenciones y el vicio de desembuchar todo lo que tuviera adentro sin importar ante quién ni en qué circunstancias. A todo esto, acaso, se deban el desdén, la incomprensión, la eventualidad de que durante años sus libros hayan juntado polvo en mesas de saldos y librerías de viejo. Si bien un sector de nuestros escritores y críticos manifiesta respetar su nombre y admirar su obra (o revela, contrito, que es una asignatura pendiente), es escasa –por no decir inexistente– la producción crítica que la aborde. A la academia le ha pasado inadvertida, está ausente en los programas de enseñanza y, salvo menciones en diccionarios y trabajos colectivos, la prensa cultural sólo se ocupó de él en ocasión de un nuevo libro o el día en que se murió (26 de julio de 1987).
El acontecimiento cultural que significa la publicación de su narrativa completa en tres tomos, por voluntad de una editorial joven y audaz[i], y el inminente estreno del documental “Banchero, un escritor (casi) desconocido”, de Juan Carlos Rodríguez Castro (premio de la Fundación Mario Benedetti en el concurso de documentales sobre escritores uruguayos convocado en 2010 en el marco del Festival Internacional Atlantidoc), son circunstancias inestimables para volver la vista atrás y redescubrir al escritor y a su obra. El mejor escenario para dejarse inquietar por el poder de una literatura esculpida “a puño limpio”, como dice Raviolo recordando a Quiroga, que crea un espacio literario y lo dota de un sentido perdurable en nuestra literatura. Una obra marcada a fuego por el sarcasmo feroz de su escritura, cuyos temas obsesivos son Montevideo y sus arrabales más desamparados, donde se mueven personajes tristes, fracasados y solitarios.
Los dos relatos que obtuvieron mención en el concurso de la revista Asir –“La cortina” y “Los Payró”– integraron, junto a otros cinco, el volumen Mientras amanece (1963). De 1967 es Un breve verano, que contiene la nouvelle homónima y dos relatos. Siguen los cuentos de Triste de la calle cortada (1975), la novela Las orillas del mundo (1980) –su obra maestra según consenso crítico–, los cuentos de Ojos en la noche (1985) y el libro póstumo Los regresos(1989), que reúne la novela del mismo nombre y siete cuentos inéditos. Por este libro se le otorgó el premio Bartolomé Hidalgo en 1990.
Suburbio existencialista
Comenzó a publicar en pleno boom latinoamericano, pero pertenece a una escuela realista que urbaniza los asuntos narrativos para contar lo que no se sabe y encarnar lo que no se dice. Al imponer su visión del suburbio modifica la realidad, o dicho de otra manera, el suburbio crea a Banchero y es recreado por él. Desde una configuración pesimista, atemperada en ocasiones por la ironía, percibe zonas olvidadas o desconocidas del barrio y del arrabal –a veces de la clase media–, descubre sus posibilidades estéticas y transfigura esas historias en un hecho literario que supera largamente la crónica. Podría decirse que Banchero novela la crónica y refleja, en un tono fuertemente apelativo y perturbador, la vida de esos hombres y mujeres que habitaron los márgenes de Montevideo a mitad del siglo XX. Al ficcionalizar ese contexto social, lo carga de un sentido nuevo.
Banchero escribe sobre los que no tienen voz, esos amplios sectores de la población con escasas o nulas posibilidades de expresarse. En ese sentido su literatura podría considerarse combativa sin ser una literatura de militancia política (y por más que en algún sector de su obra irrumpa el tema político, los presos y torturados de la última dictadura). Hay en él un gesto existencialista, una conciencia de la nada, propia de esa corriente filosófica, como si la literatura sólo tuviera sentido cuando logra expresar, sin trampas, la desolada experiencia del hombre, su ser para la muerte. Cuando en la segunda parte de la novela el protagonista de Las orillas… se encierra en su pieza a leer, se entrega “a todas las angustias metafísicas, al horror de la nada, del sinsentido de la existencia humana”. Más adelante dirá, desamparado ante un destino que no logra comprender:“amaba el fútbol de la única manera que me permite amar mi temperamento, lo amaba tristemente, como a todos mis fracasos personales. Como a los tangos que nunca pude cantar ni siquiera soportablemente, como a todas las mujeres”.
Su pasión por la lectura tiene un lugar de privilegio. Cuando el protagonista de Las orillas… aun no es el adulto desengañado, sino un niño entrañable, crítico del mundo que lo rodea y sobre todo de la enseñanza escolar que padece, relata su deslumbramiento con Horacio Quiroga. Hasta ese momento había creído que “todos los escritores estaban muertos como los próceres y a veces aparecían en los diarios fotografías de alguna vieja con un sombrero con plumas, o algún personaje vestido como el director de la escuela y con la misma cara de nada”. Pero cuando el padre le lleva la revista Leoplán, topa con “un tipo vivo, flaco como Papá y, sacando la barba, muy parecido a él. Vivía en la selva (…) tenía un bote que él mismo se había fabricado y andaba en motocicleta (…) Una vida así me pareció maravillosa, la única clase de vida digna de ser vivida”. En la misma revista lee Colmillo Blanco de Jack London, Amalia de Mármol, El delator de O’Flaherty:“me pasaba leyendo hasta la noche, conmoviéndome hasta las lágrimas con la suerte de aquellas criaturas (…) después llegaron Kipling, Sienkiewicz, HG Wells”. Como su admirado Onetti, Banchero abrevó en Faulkner, transitó Hemingway, Tolstoi, Morosoli, hizo escala en el mundo sórdido y canalla de Arlt, y su personal filosofía del fracaso nos asesta un nuevo cross en la mandíbula.
Tango y spleen
Además de sus lecturas, tal vez fue en las letras de tango, que parecen inseparables de su temperamento, donde aprendió que el fracaso y el tedio pueden convertirse en literatura, en una lúcida representación simbólica de las vidas de esos seres desclasados. Es innegable que su apuesta estilística y su modulación narrativa articulan un original contrapunto con el espíritu del tango y con la expresión lírica de sus letras. En la misma sintonía las reivindicaba Idea Vilariño: “porque tocan el pobre dolor, la vulgar miseria del hombre, porque hablan de las cosas de la vida, patéticas, sucias, desamparadas, ridículas” (su prólogo a Las letras de tango, 1965).
Al igual que en el espacio propuesto por el sainete, otro género que se menciona al pasar cuando se habla de su obra (sucede lo mismo con la picaresca), la escenografía convencional de los tangos (conventillo, pieza de pensión, cafetín del puerto) aporta visiones que enriquecen el realismo bancheriano e instalan lo popular desde una estética de la intensidad que lo aleja del melodrama. Hay una impregnación sugerente en su estilización de esos géneros marginales que en su momento transgredieron leyes sociales y estéticas.
Si bien sus preocupaciones básicas afectan las formas discepolianas: fugacidad de las cosas terrenas, dolor y resignación por el paso del tiempo, imposibilidad de comprender el presente, un dejarse estar de raíz baudeleriana, Banchero no entona, como escritor, un tango de pasión y dolor desgarrado, aunque muchos de sus personajes sí lo hagan: “descubrí que, por fin, tenía en mi vida el tango que todos necesitamos para seguir viviendo” (“Retrato”). Su estrategia hibrida elementos cultos y populares para acercarnos un pasado no tan lejano del que reniega la ciudad actual. Concibe una alegoría de la muerte del Uruguay dorado, pinta el fresco de una sociedad donde anidaba el huevo de la serpiente y, paradójicamente, obtiene una poética evocación de aquellos viejos días.
Yo y los otros
De la extensa novela inédita Territorio en calma, Banchero desgajó Las orillas del mundo,Los regresos y varios relatos que integraron el libro Ojos en la noche. Anclada en la memoria personal, Las orillas… construye una autobiografía novelada a partir de un yo que relata su infancia, adolescencia e ingreso al mundo adulto. Dentro de la vertiente literaria que investiga las “escrituras del yo” es un relato de la subjetividad que deberá registrarse en el inventario de autores interpelados desde los comportamientos discursivos de la autoficción. Contiene, además, lo medular de toda su obra.
En opinión de Elvio E. Gandolfo Las orillas… “despliega una de las mejores memorias narrativas de un Montevideo ya ido”. La voz que narra al principio es la del niño. Giovanni lo llama el padre, “Ranita”, los parientes del campo, Juan Pedro, la adultez. Nombre que se repite en otros relatos, algunos perfectos, donde reencontramos al mismo individuo indiferente y solitario, con dificultades para relacionarse, sin dinero ni esperanzas. Banchero experimenta la escritura en sí mismo y en la ajenidad inescrutable, fabula a partir del mundo real, toma desvíos, se rehace. Su personaje paradigmático es el cuarentón alcohólico que ve pasar la vida desde la ventana del boliche o, si consiguió trabajo, desde una oficina pública (parodia de sus tres décadas en el Banco de Seguros).
Pero no todo es degradación. En Las orillas… resplandece el relato entrañable de Giovanni, paréntesis aireado de esta literatura. Montevideo toda, no sólo sus márgenes, adquiere un lugar protagónico en la percepción deliciosa y sesgada del niño. Cuando el Graff Spee amenaza a la ciudad se regocija porque “aquel enojoso asunto del boletín de calificaciones podría darse por olvidado”; el Graff Zeppelín agota la maravilla:“ahora los prodigios eran de lata”; el Palacio Salvo“se aburre solo, presuntuoso y recargado como un nuevo rico, veinte pisos más arriba de un 18 de Julio chato como cualquier calle de barrio”. Y así el triunfo de Maracaná, la plaga de langosta, los desbordes del arroyo Miguelete o el reconocible panadero que escribe poemas de muchachos que remontan cometas. Hay episodios memorables (las vacaciones en el campo); descacharrantes (el día en que cae París y en medio de la arenga patriótica de su insufrible profesor de francés le espeta un “¡Heil Hitler!”, cuadrándose en “un saludo fascista a contramano porque no me acordaba qué brazo había que levantar”); conmovedores (el padre enseñándole a usar la brújula: “Estaba maravillado, había descubierto que la azotea de casa era el centro del mundo (…) Pero, sobre todo, había descubierto a mi padre”).
Cuando la vida echa todo por tierra, lo arrastra a una visión desesperada:“una soledad de loco, de intruso, de náufrago o presidiario”, compartida, en pensiones de mala muerte, con “polacos, españoles e italianos” que escapaban de la guerra, “y gente del interior” encandilada (ilusionada) con la modernidad.
El proceso de envilecimiento iniciado con la sodomización de un adolescente en la primera parte, se desorbita en la segunda. Juan Pedro vive con una prostituta a la que golpea todos los días, lo hace“sin rabia y sin convicción (…) desesperanzadamente, con aburrimiento”. En varios cuentos la violencia contra mujeres y otros seres desvalidos es de un machismo brutal y una desesperación descontrolada que no distingue entre el bien y el mal. Pero Banchero es capaz de transformar lo insoportable (y lo más políticamente incorrecto) en dimensión estética. En ese ejercicio lo encontró la muerte. Su última página quedó detenida para siempre en su vieja máquina de escribir.tos
RECUADRO
La dama y el ogro
Hace pocos días me encontré con Eduardo Galeano, quien fue muy amigo de Banchero. Le comenté que se publicaban estas Obras Completas, segura de que lo iba a celebrar, y relató algunas anécdotas que protagonizaron juntos, una es ésta: cierto día, decidido a poner fin a la prolongada insistencia de Banchero por conocer a Onetti, lo subió a un ómnibus –“después de muchas prevenciones”, aclaró, “porque era bravo”– y marcharon a la casa de Lagomar donde Onetti se había instalado y donde los recién presentados (que tenían un sin fin de cosas en común) no se dignaron cruzarse una palabra durante toda la tarde.
“Tuve la suerte de ser amigo de ese escritor injustamente ignorado en nuestro país, lo que nada tiene de raro, y de aquel gran tipo, amigo en las cuatro estaciones, en las buenas y en las malas, que se hacía el malo pero era buenísimo y se disfrazaba de tosco pero escribiendo revelaba un nivel de delicadeza y hondura que pocos tienen o han tenido en la literatura nuestra. Para mí –dijo Galeano con una gran sonrisa– Banchero se hacía pasar por un matón de barrio y era una dama disfrazada de ogro”.
[i] Cuentos completos Tomo 1 (172 págs) y Tomo 2 (183 págs), prólogos de Elvio E. Gandolfo y Mercedes Estramil. Tomo III Las orillas del mundo y Los regresos (231 págs), prólogo de Heber Raviolo, Irrupciones Grupo Editor, Montevideo, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario